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DE LA MADUREZ A LA FELICIDAD 

Renacer a los 46   

Psiquiatras y economistas han averiguado que la percepción personal de bienestar repunta a partir de la madurez y es elevada en la vejez. Si la salud acompaña, son años felices 

Blanca Torquemada

08/02/2011 

Desabridos hijos adolescentes, el desgaste (cuando no ruptura) del matrimonio y la sospecha de que la trayectoria laboral ya ha tocado techo, si es que no se liquida precozmente con un despido. Son cargas anímicas frecuentes entre los cuarentones que, sin embargo, no deben nublar las perspectivas sobre la madurez y la vejez porque, según acaban de decretar las ciencias sociales, ahí comienza el renacimiento. Una investigación encabezada por el psiquiatra Arthur Stone, de la Universidad Stony Brook de Nueva York, demuestra que la percepción de la felicidad personal a lo largo de la vida es en los Estados Unidos una curva en forma de U: toca fondo a los cincuenta años, más o menos, y a partir de ese momento retoma el camino ascendente, hasta el fallecimiento. De hecho, los octogenarios evalúan su nivel de satisfacción con un notable, un par de décimas por encima de la nota con la que puntúan su propia vida los veinteañeros. Perspectiva a la que el economista David Blanchflower ha dado calado global con cálculos sobre la «U» en 72 países: la media mundial arroja que el repunte anímico comienza a partir de los 46 años.

La publicación británica «The Economist» se ha hecho eco de estos datos y los ha adornado con una cita de Maurice Chevalier («La vejez no es tan mala si uno considera cuál es la alternativa»), aunque quizá resulte más alentadora la proclama rebelde de Picasso: «Cuando alguien me dice que soy demasiado viejo para hacer una cosa, la hago de inmediato». Pero las conclusiones de esas investigaciones no coinciden del todo con lo que se desprende de tan socorridas frases. Más bien muestran que la plenitud llega a través de la serenidad y el equilibrio que sólo se alcanzan a partir de determinada edad. 

Vida «minimalista»  Así lo ve la escritora María Dueñas, que se topó con el éxito de masas hace año y medio (ella ya había cumplido los cuarenta y cinco) con su primera novela, «El tiempo entre costuras», aún en lo alto de las listas de «best sellers»: «Yo sí he experimentado esa mejora anímica en la madurez, pero la sitúo antes de lo que dicen esos estudios. En mi caso, a partir de los cuarenta. Desde entonces he ido superando esa etapa en la que le faltan horas al día, vas corriendo a todas partes, te angustias por no poder estar con los niños... He recuperado el sosiego. Con la edad te importa un comino salirte de las pautas establecidas o no responder a lo que se espera de ti. Te sobran cosas, te sobra gente y te sobran viajes. De joven me juré que tenía que conocer Asia; ahora, la verdad, no me quita el sueño la idea de morirme sin llegar a ver la China o el Japón». «Lo resumiría -reflexiona- en que la vida se vuelve más minimalista. Cuando nos juntamos las hermanas ya no buscamos planes sofisticados, sino sentarnos a charlar en el bar de al lado». 

El actor Paco Valladares coincide con Dueñas en que «la madurez aporta muchísimas más cosas positivas de las que se piensa. En primer lugar, experiencia y sabiduría. Mantener la curiosidad y la ilusión es determinante: yo tengo ahora el mismo entusiasmo por mi profesión que siempre. Soy el viejo más joven de España». Cree que la edad es «una cuestión de adaptación, y si te adaptas bien, puedes ser muy feliz. Digo lo que Harrison Ford, cuando le preguntaron el otro día si iba a retirarse: “¿Para qué, para esperar tendido a que llegue la muerte?”». 

Escéptico, el cineasta Gonzálo Suárez rechaza los enunciados categóricos que se derivan de este tipo de estudios «porque las estadísticas no le sirven para nada a cada persona», pero sí estima que «desde luego, no hay edad ninguna que prefigure el abandono del combate». Cree que el bienestar anímico es «más una cuestión de mirada que de años, depende de si mantienes o no el interés por lo que te rodea. Y si es así, no eres muy consciente de la edad que tienes hasta que no te ves reflejado en un espejo o un escaparate. Pero la salud tiene siempre la última palabra. ¡Todo depende de con qué ganas de desayunar te levantes!». 

Carmelo Vázquez, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense y colaborador del Instituto Coca-Cola de la Felicidad, apunta a ABC que los trabajos sobre esta «U-bend» o «curva U» están adecuadamente destilados y son ilustrativos, pero insiste en subrayar que esta «remontada» en la madurez se produce mucho más por factores internos que externos, «cuando la persona adquiere esa capacidad regulatoria de sus estados de ánimo que es, en definitiva, sabiduría emocional». «En este análisis -añade- no ha que olvidar la “paradoja Easterlin”, concepto económico nacido de la comprobación de que por encima de unos niveles básicos de bienestar, más ingresos no proporcionan mayor felicidad». 

Vázquez recuerda que «está estudiado que sólo el 10 o el 15 por ciento de la gran tarta de la felicidad depende de lo externo, caso de la situación económica, la educación o la clase social». Y la ventaja de los veteranos estriba en que, a la hora de gestionar su propia vida, «tienen mayor capacidad para escoger los ambientes en los que se sienten bien y la gente con la que desean relacionarse. A esas alturas, saben evitar lo que les aburre o les disgusta». A lo que se une, dice, «una menor necesidad de demostrar estatus que cuando se es más joven. Además, en la vejez estamos menos sometidos a cascadas de emociones intensas, y afrontamos mejor las pérdidas y los hechos traumáticos. Se asumen con menos desbordamiento, y eso no es falta de reactividad, sino un mayor equilibrio». 

El mito de la cultura  También matiza el profesor Vázquez la convicción de no pocos especialistas de que, a mayor cultura y preparación intelectual, mayor felicidad: «Frente a eso se puede oponer el mito del buen salvaje o del pastor. Es verdad que la educación abre el abanico de posibilidades, pero escuchar un concierto o leer un libro son cosas que inciden sólo ligeramente en nuestro bienestar. Se sabe también, por ejemplo, que ir habitualmente al fútbol ni pone ni quita felicidad, es un factor neutro, y que ver la televisión los fines de semana suele ser indicativo de pautas de soledad. De infelicidad, en suma». 

El psiquiatra Enrique Rojas -que sí ve en la cultura uno de los puntales del bienestar personal- opina además que la edad avanzada es territorio propicio para alcanzar la felicidad porque «en la madurez se tiene mayor serenidad y benevolencia, más capacidad para ponerse en el lugar del otro. Además, como la felicidad no depende de la realidad, sino de la interpretación de la realidad que uno hace, esa mirada tranquila sobre nuestra trayectoria la dota de un nuevo sentido. Si, además, existe el componente de la espiritualidad, se puede alcanzar una felicidad muy dulce en el atardecer de la vida». 

Vigía lúcida de la vejez, la escritora Josefina Aldecoa regaló a ABC hace algunos años reflexiones emocionantes: «La edad te concede perspectiva y distancia. No te sientes tan implicado en los acontecimientos y ves los hechos con una objetividad nueva. Todo encaja -lo agradable y lo doloroso- y cobra razón de ser en el puzle de la vida. Entras en una especie de soledad gloriosa y empiezas a vivir hacia dentro. Consigues implicarte en los acontecimientos solo en la medida que tú quieres. No, no significa que ya no me apasione en política, en literatura, en cualquier otra cuestión. Pero sí ves las cosas desde un punto de vista más escéptico, más sabio. Es como si la vida, al quitarte de uno de los platos de la balanza (el físico), te llenara el otro». Con su sabio poso de maestra, Aldecoa propone metáforas más bellas y definitivas que las de la psicología anglosajona. 


Ventajas de la edad 

Equilibrio 
En la madurez se asumen al fin las propias limitaciones y se ajustan las expectativas personales y profesionales 

Serenidad 
Propiciada por una mayor distancia frente a los acontecimientos, favorables o negativos

Perspectiva 
Se va completando el puzle de nuestra trayectoria vital y el recorrido realizado hasta ese momento cobra nuevo sentido 

Capacidad selectiva 
Se tiene claro lo que de verdad apetece y lo que no. Se prescinde de relaciones superficiales 

Sabiduría emocional 
Se disfruta más de lo agradable y se amortiguan mejor los golpes 

Empatía 
Se aprende a ponerse en el lugar del otro y se le acepta
mejor

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Álbum de Retalhos

por Carlos Vogt 

Só na velhice a mesa fica repleta de ausências.
Chego ao fim, uma corda que aprende seu limite após arrebentar-se em música.
Creio na cerração das manhãs. Conforto-me em ser apenas homem.  
Envelheci, tenho muita infância pela frente.
Fabrício Carpinejar

I

A velhice é um dos temas mais recorrentes na literatura mundial e a passagem do tempo - veículo de sua consecução - motivo de páginas antológicas de lírica tristeza.


Cormac McCarthy, autor de Meridiano de sangue e da Triologia da fronteira, à qual pertencem Todos os belos cavalos, já transformado em filme, e Cidades da planície, esplêndidos romances sobre a vida em extinção do velho oeste americano, escreve neste último uma reflexão casual de um dos personagens cowboys em que a perda e a beleza andam juntas e espelhadas, como gêmeas univitelinas:

"Um homem descia a estrada conduzindo um burro sobrecarregado com uma pilha de lenha. Os sinos da igreja começavam a soar na distância. O homem lhe esboçou um sorriso dissimulado. Como se partilhassem um segredo entre os dois. Um que dizia respeito à idade a à juventude e a suas reivindicações e à justiça dessas reivindicações. E das reivindicações feitas aos dois. O mundo passado, o mundo vindouro. A transitoriedade comum aos dois. Sobretudo um saber do âmago que a beleza e a perda são uma coisa só."

Ivan Lessa, há tantos anos vivendo fora do Brasil e tão ligado às suas distantes presenças, tem uma crônica saborosamente desconfiada sobre o direito por ele adquirido, ao completar 65 anos, na Inglaterra, de possuir um CV, não o curriculum vitae, mas o "Certificado de Velhice", ou a "Carteira de Velhinho", para o qual os ingleses "usam um eufemismo meio pomposo: 'Freedom Pass'. Passe da liberdade. Parecendo coisa da guerra fria."

Em Cidades invisíveis, Ítalo Calvino, nas narrativas das cidades-mulheres que o viajante Marco Polo faz ao Grande Khan, opõe, continuamente a juventude eterna do visionário ao ceticismo da eterna velhice do imperador.

Berenice é a última cidade invisível a ser contada. É uma cidade e também uma série de cidades, justas e injustas e que, no presente, contém todas as Berenices do futuro, "uma dentro da outra, apertadas, espremidas, inseparáveis", de modo que o tempo, ele próprio, contém - e é contido por - uma dimensão espacial que a memória desenha em ruas, casas e labirintos.

Ou, como escreve Jorge Luiz Borges: "Um homem propõe-se a tarefa de desenhar o mundo. Ao longo dos anos povoa um espaço com imagens de províncias, de reinos, de montanhas, de baías, de mares, de ilhas, de peixes, de habitação, de instrumentos, de astros, de cavalos e de pessoas. Pouco antes de morrer, descobre que esse paciente labirinto de linhas traça a imagem de seu rosto."

II

Simone de Beauvoir em seu livro clássico sobre a velhice mostra, entre outras coisas, que o inconsciente não tem idade e que temos forte tendência a nos comportar, na velhice, como se jamais fôssemos velhos: aos 60 anos, raros são os que se consideram nessa condição e mesmo depois dos 80 anos há muitos que acreditam ser de meia-idade e uns tantos que continuam a se achar jovens.

Como escreve Cícero, em seu famoso tratado De Senectute (Da velhice), "todos querem chegar à velhice; quando chegam, acusam-na". E ainda: "Torna-te velho cedo, se quiseres ser velho por muito tempo". Pensamentos que ressoam, no século XVII, no dito de Swift e que, de certo modo, vão na mesma direção dos dados do livro de Simone de Beauvoir: "Todos desejam viver por muito tempo, mas ninguém quer chegar a ser velho".

Em Ninguém escreve ao coronel, de Gabriel Garcia Marques, o personagem espera, em vão, uma carta do governo, outorgando-lhe aposentadoria e conferindo-lhe pensão. O coronel paramenta-se, arruma-se ao espelho e, semana após semana, posta-se à espera da correspondência que não vem. Todos sabem que não virá, inclusive sua mulher. Mas essa é a forma de manter-se vivo, pelo ritual da esperança e, assim, pelo adiamento da pensão, protelar, em ilusão, a própria velhice.

De algum modo, esse romance de Garcia Marques faz eco - mesmo que não intencional, como é provável que não seja - ao conto de Machado de Assis "O espelho" que integra o livro Papéis avulsos, publicado originalmente em 1882.

Nesse conto, como se sabe, cinco personagens de meia-idade (para a época), entre 40 e 50 anos, entre eles Jacobina, conversam sobre discrepâncias físicas e metafísicas. Num dado momento, este último, que participava marginalmente da conversa, deixa sua casmurrice e lança a sua nova teoria da alma, afirmando que "cada criatura humana traz duas almas consigo: uma que olha de dentro para fora, outra que olha de fora para dentro..."

Para provar sua teoria, Jacobina "concerta a ponta do charuto, recolhendo as memórias" e narra a experiência de solidão e abandono que vivenciou aos 25 anos, logo que nomeado alferes da guarda nacional, e foi visitar D. Marcolina, tia viúva, em sua fazenda. Lá estando, a tia teve de viajar, os escravos, em seguida, fugiram e Jacobina ficou só, sem a imagem de ilustre alferes que a tia e a criadagem se lhe representavam.
Um grande e antigo espelho, que estava na sala, fora posto em seu quarto por "carinhos, atenções, obséquios" da boa tia.

Deprimido pela perda da identidade social que o entorno lhe conferia, Jacobina, depois de dias, veste-se com a farda de alferes diante do espelho, promovendo o reencontro de sua alma interior, dilacerada, com sua alma exterior, até então perdida: "Cada dia, a uma certa hora, vestia-me de alferes, e sentava-me diante do espelho, lendo, olhando, meditando; no fim de duas, três horas, despia-me outra vez. Com este regime pude atravessar mais seis dias de solidão, sem os sentir."

III

Solidão e velhice são também temas da narrativa de vida, memórias, do casmurro Bentinho, personagem, juntamente com Capitu, da história de amor mais amargamente doce que o pessimismo, a ironia e o humor despistadores de Machado de Assis produziram.

Bentinho, agora o Dom Casmurro, da velhice, vive só, com um criado, em casa própria que fez construir com o propósito de "reproduzir no Engenho Novo a casa em que me criei na antiga Rua de Mata-Cavalos, dando-lhe o mesmo aspecto e economia daquela outra, que desapareceu."

Mas, como continua a explicar no capítulo II o narrador-protagonista, a empreitada não sucedeu, ao menos para os fins de reconstituição da vida, a que se propunha: "O meu fim evidente era atar as duas pontas da vida, e restaurar na velhice a adolescência. Pois, senhor, não consegui recompor o que foi nem o que fui. Em tudo, se o rosto é igual, a fisionomia é diferente.

Se só me faltassem os outros, vá, um homem consola-se mais ou menos das pessoas que perde; mas falto eu mesmo, e esta lacuna é tudo." [...] "Entretanto", adverte este Fausto sem pacto, prócer da modernidade e do modernismo, "vida diferente não quer dizer vida pior; é outra coisa. A certos respeitos, aquela vida antiga aparece-me despida de muitos encantos que lhe achei; mas é também exato que perdeu muito espinho que a fez modesta, e, de memória, conservo alguma recordação doce e feiticeira. Em verdade, pouco apareço e menos falo. Distrações raras. O mais do tempo é gasto em hortar, jardinar e ler; como bem e não durmo mal."

Sob esse aspecto, relativizado, da idade avançada, Bentinho parece encontrar-se com o Marquês de Maricá, que viveu entre o século XVIII e a primeira metade do século XIX e é autor de famosas máximas, entre elas:  "Estuda-se mais na velhice para bem morrer do que se estudou na mocidade para bem viver."

IV

O tema do Fausto, de Goethe, o médico cientista que vende a alma ao diabo em troca da juventude, cujas origens estão na Idade Média e no Renascimento, reaparece no romance de Thomas Mann e mantém uma tradição sempre renovada, e por isso eternamente provisória da fugacidade do tempo, da fragilidade da vida, da finitude dos sonhos, da imortalidade da arte.

O tema do espelho, como já tive oportunidade de escrever anteriormente, tem um momento de grande força expressiva no romance de Oscar Wilde, O retrato de Dorian Gray, publicado pela primeira vez em 1891.

Há também aqui um pacto pelo qual o protagonista transfere para o seu retrato todos os efeitos de seu envelhecimento físico e de suas degradações morais e espirituais. O retrato torna-se velho e carcomido, com o passar do tempo; o retratado permanece jovem, arrogante e iludido, sem passar por ele. Num dos momentos de confrontação consigo mesmo, no retrato, dilacera-o com um punhal, tombando morto pela destruição de sua imagem condensada em progressiva e dinâmica decadência.

Em Machado de Assis, o solo de solidão mais bem executado talvez seja o do Conselheiro Aires em seu Memorial, embora a transcendência da velhice em suas memórias mais acabadas e perfeitas só se dê naquelas póstumas, de Brás Cubas.

Uma das peças mais fortes de Shakespeare é Rei Lear, baseada em lendas e narrativas muito antigas. A peça dramatiza a situação do velho soberano que renuncia ao poder, em nome de suas três filhas, mas que não aceita abdicar dos ritos e das comodidades do mando da soberania. Triste engano que passa pela constatação amarga de que é péssimo envelhecer antes de tornar-se sábio e chega à tragédia da morte das filhas e do próprio rei.

Mario Monicelli, diretor de O incrível exército de Brancaleone, fez, em 1992, o filme Parente é serpente, cujo entrecho lembra um pouco a tragédia do rei Lear, posta agora numa clave cômica pela visão do humor moderno e divertido que tão bem caracteriza a obra do excelente diretor italiano.

Aqui, a história gira em torno de uma família italiana típica e tradicional que todos os anos se reúne na casa dos patriarcas para as festas de fim de ano. Nesse ano, contudo, os pais anunciam, por se considerarem velhos demais para se cuidarem sozinhos, que passarão a viver um pouco na casa de cada filho pelo resto de suas vidas. É o que basta para provocar uma série de confusões, de subterfúgios, de evasivas, de negaceios obscuros, gerando o clima favorável da comédia de costumes que, divertindo, vai, irreverente, satirizando, e, castigando, vai, reverente, construindo e ensinando.

V

São muitas as histórias de velhos e velhices.

Como aquela do belo filme de David Lynch, História real, em que o protagonista atravessa o país num tratorzinho de cortar grama para visitar o irmão doente e à beira da morte e o qual não via por quase toda a vida.

Ou estas outras contadas por Guimarães Rosa no livro Manuelzão e Miguilim e que contém duas novelas magistrais que se olham em espelho: "Campo Geral", relato lírico da infância de Miguilim que vive com a família na mata do Mutum, em Minas Gerais; "Uma estória de amor", que, já da velhice, conta a estória do vaqueiro Manuelzão, que recompõe sua vida, recompondo a família, construindo sua casa e a capela que prometera à sua mãe.

Infância e velhice, descoberta e lembrança, construção e reconstrução, narrativas, uma em terceira pessoa - a da infância de Miguilim -, outra em primeira - a da velhice de Manuelzão, completam-se e integram-se na prosa lírica e criativa do autor mineiro.
Há mais, há muito mais, como são tantos os ciclos da vida.

Como este registrado pelo poeta romântico Walter Savage Landor, cujo título é "No seu septuagésimo quinto aniversário", e cuja tradução de José Lino Grünewald faz justiça à beleza sonora, lírica e poética do original: Lutei com nada e nada valia a lida. Amei a Natureza e logo após a Arte; Aqueci as mãos ante o fogo da vida; Tudo se afunda e estou como quem já parte.

Harold Bloom, em Como e por que ler, destaca o poema como um de seus preferidos acompanhando-o do seguinte comentário: "Quando se chega aos setenta e cinco anos de idade, mesmo sabendo que a quadra contém uma inverdade, tem-se a vontade de sair por aí, murmurando o epigrama, no dia do aniversário, em homenagem a si mesmo e a Savage Landor."

Quadro de Rembrandt - "Meditation"


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Velhice

O envelhecimento populacional é um fenômeno novo na humanidade. Devido ao declínio da mortalidade, diminuição da natalidade, vacinações sistemáticas, saneamento básico e, principalmente, aos avanços da medicina as pessoas estão vivendo cada vez mais.  Através de todo o mundo, hoje, os velhos são a parcela da população que mais cresce. No Brasil, a década de 70 caracterizou-se pelo “boom” da velhice. A população com mais de 60 anos passou de 4,7 milhões (5% do total) em 1970 para 19 milhoes (10%) hoje. E a ONU estima  que esses número continue aumentando consideravelmente nos próximos 50 anos. Em 2050, um em cada quatro brasileiros será idoso. (Ver gráficos 1 e 2) Enquanto atingir a terceira idade era proeza, até meio século atrás, quando a expectativa de vida beirava os 50 anos, hoje é cada vez maior o número de pessoas com 80, 90, 100 anos. Os centenários quase dobraram no Brasil em uma dácada. E já se fala de uma Quarta Idade!

Mas quem é o velho?
Idoso, em termos estritos, é aquele que tem “muita idade”.  Uma das consequências do uso da idade para a definição de idoso é o poder prescritivo contido nessa definição. A sociedade cria expectativas em relação aos papéis sociais daqueles com status de idoso e exerce diversas formas de coerção para que este papéis se cumpram, independente de características particulares do indivíduos. Novas terminologias e novos conceitos vêm surgindo para classificar os indivíduos em idade mais avançada. A distinção, por exemplo, entre terceira e quarta idades é uma tentativa de ajustar esquemas classificatórios a circunstâncias culturais, psicológicas e ideológicas particulares das sociedades ocidentais hoje.  

Alguns elementos, como uma cultura da saúde apoiada por desenvolvimentos tecnológicos na medicina preventiva e curativa e nos hábitos de vida da população, mecanismos de assistência do estado de bem-estar e modificação nos processos de produção que permitem a incorporação de determinados tipos de trabalhador, criaram as condições de surgimento e expansão de uma terceira idade que não tem uma saúde debilitada nem sofre um processo de pauperização característicos da idade. 

Esse fenômeno, com a inclusão de indivíduos considerados idosos em diversas esferas da vida social, provocou verdadeira revolução no curso de vida das pessoas redefinindo relações de gênero, arranjos e responsabilidades familiares e alterando o perfil das políticas públicas. Esta nova realidade tem afetado a sociedade de uma maneira jamais vista antes. Sem dúvida, um dos maiores feitos da humanidade foi a ampliação do tempo de vida, que se fez acompanhar de uma melhora substancial dos parâmetros de saúde das populações, ainda que estas conquistas estejam longe de se distribuir de forma eqüitativa nos diferentes países e contextos sócio-econômicos. O que era antes o privilégio de poucos, chegar à velhice, hoje passa a ser a norma mesmo nos países mais pobres. Esta conquista maior do século XX se transforma, no entanto, em um grande desafio para o século que se inicia. 

A História da Velhice 

A velhice sempre tem acompanhado a humanidade como uma etapa inevitável de decadência, declinação e antecessora da morte. A palavra velhice é carregada de significados como inquietude, fragilidade, angústia. O envelhecimento é um processo que está rodeado de muitas concepções  falsas, temores, crenças e mitos. A imagem que se tem da velhice mediante diversas fontes históricas, varia de cultura em cultura, de tempo em tempo e de lugar em lugar. Esta imagem reafirma que não existe uma concepção única ou definitiva da velhice mas sim concepções incertas, opostas e variadas através da história.

O estudo da visão que a sociedade tem das pessoas velhas remonta aos tempos dos Babilônios, Hebreus e da Grécia Antiga. Ao longo da história há grande importância dada para problemas básicos inerentes à velhice, vantagens e inconvenientes inerentes a mesma e como fazer para impedir o processo de envelhecimento. Para os Babilônios a imortalidade e formas de como conservar a juventude estiveram muito  presentes. A Grécia Clássica relegava os velhos a um lugar subalterno e a beleza, a força e a juventude eram enaltecidas como se evidenciava para alguns filósofos gregos. Porém, Platão trouxe uma nova visão onde a velhice conduziria a uma melhor harmonia, prudência, sensatez, astúcia e juízo.

Na sociedade romana os anciões tinham uma posição privilegiada. O direito romano concedia a autoridade de “pater familias” aos anciões. Quanto mais poderes lhes eram concedidos, mais a ira de novas gerações se voltava contra os velhos. A República Romana também conferia cargos importantes no senado aos anciões como “patrícios”. A imagem negativa da velhice foi combatida por Sêneca mas foi em Cícero, com sua obra "A Senectude" que a velhice encontrou seu maior defensor.

Em sociedades antigas o ancião era visto com uma aura de privilégio sobrenatural que lhe concedia uma vida longeva e como resultado, este ocupava um lugar primordial, onde a longevidade se associava com a sabedoria e a experiência. Assim era nas sociedades orientais, principalmente na China e Japão.

Nas culturas Incas e Aztecas, a população anciã era tratada com muita consideração. A atenção a esta população era vista como responsabilidade pública. Os antigos Hebreus também se destacavam pela importância que davam a seus anciões, que, em épocas de nomadismo eram considerados os chefes naturais dos povos que eram consultados quando necessário.

Na cultura hebraica encontramos Matusalém que era considerado como se tivesse vivido 969 anos. Uma vida longa era vista mais como uma benção do que como uma carga, e esta benção é vista nos patriarcas bíblicos.

Com a queda do Império Romano os anciões também foram perdendo seu lugar de destaque na sociedade, mais uma vez se tornaram vítimas da superioridade juvenil. No sistema de estratificação por idade de cada sociedade estava implícito o fato de que a idade era um determinante básico do que os indivíduos podiam e deviam fazer. 

Em termos gerais, a etapa do Cristianismo expôs uma visão negativa da velhice. Este tema deixou de interessar aos escritores cristãos que mencionavam a velhice com relação a moral e a associavam com decrepitude, feiúra e pecado. (ver Santo Agostinho).

O século VI identificou a velhice com a cessação da atividade, iniciando ali a concepção moderna de isolamento dos velhos em retiros. Por outro lado, o homem medieval temia e buscava os meios de escapar da velhice, seja por meio da fantasia, seja por meio da ciência. Nos períodos do Renascimento e do Barroco persistiu a idéia da inevitável decrepitude e do caráter melancólico da velhice. A crença de que o diabo movia a fantasia por humores  justificou a perseguição e execução de milhares de mulheres anciãs, conhecida como a caça às bruxas. A Idade Média se caracterizou também pela época dos mais fortes e dos poderios militares, o que colocava os anciões como submetidos aos mais fortes e formavam parte da população escrava e servil.

Durante os séculos XIV e XV, a peste e a cólera foram seletivas deixando um saldo de milhares de mortos e uma grande população velha que havia sobrevivido às pestes. Este fato trouxe como conseqüência o fortalecimento do poder das pessoas de mais idade e um aumento do conflito entre as gerações que havia diminuído ao final do Império Romano. As pessoas velhas começaram a ser ridicularizadas em ambientes públicos. A literatura e a arte se uniram para ridicularizar os anciões a despeito de grandes expoentes de idade avançada que realizaram suas obras neste período como Leonardo Da Vinci e Michelângelo. Apesar da presença artística o velho continuava tendo pouca importância social e se encontrava em uma situação precária e ambígua.

O século XVI se caracterizou por uma violência e um ataque contra a velhice, como conseqüência da adoração e culto da beleza e juventude. Willian Shakespeare personificou vários aspectos da velhice, como em “Rei Lear”. Erasmo de Roterdâ, em sua obra “Elogio da Loucura” concebia  a velhice como uma carga e a morte como necessária. Ele considerava que a loucura era o único remédio contra a velhice.

O pensamento científico que caracterizou os séculos XVI e XVII introduziu novas formas de pensar que enfatizavam a observação, experimentação e verificação, podendo-se então, descobrir as causas da velhice mediante um estudo sintomático. Ainda assim prevalecia a ambivalência em relação à velhice.

Durante os séculos XVII e XVIII foram feitos muitos avanços no campo da
fisiologia, anatomia, patologia. As transformações que ocorreram na Europa nos séculos XVIII e XIX refletiram em uma mudança na população anciã. O número de pessoas em idade avançada aumentou e os avanços da ciência permitiram descartar vários mitos acerca da velhice. Contudo, a situação dos velhos não melhorou. O surgimento da Revolução Industrial e do urbanismo foram derradeiros para os anciões que, sem poder trabalhar, foram reduzidos à miséria. 

No final do século XIX os avanços da medicina propiciaram a divisão de velhice e enfermidade e no século XX surgem a gerontologia e a geriatria como disciplinas formais.  Os mitos que permanecem a respeito da velhice, prejudicam o bom envelhecimento e dificultam uma inserção dos velhos na sociedade.

O que se percebe são ciclos que ocorrem ao longo da história. Períodos em que os  idosos são valorizados são seguidos por crises entre jovens e velhos e posterior desvalorização do ancião. Hoje, para uma parcela economicamente ativa da população idosa, existe um movimento de valorização, pois esta população está impulsionando mercados como o de turismo e serviços para a terceira idade.

Os meios de comunicação, da forma como estão hoje inseridos em nossa vida, também têm um papel importante na construção desta terceira idade. A televisão e o cinema, particularmente, possuem um grande potencial para influenciar nos conceitos acerca da velhice. As parcelas da população mais influenciáveis são as crianças e jovens. Estes meios funcionam como um espelho da sociedade e contribuem para estabelecer ou validar modelos de comportamento. Porém o número de pessoas idosas que aparecem nos programas ou filmes não corresponde a realidade encontrada na sociedade. Neste caso a mensagem que pode estar sendo passada é de que o velho não é importante. Os estereótipos negativos também são muito explorados.

No início da década de 90 ocorreu uma leve mudança na visão negativa da velhice em programas e filmes como “Assassinato por escrito”, “Cocoon” e “Conduzindo miss Daisy” e o surgimento de idosos como mercado consumidor pode ainda alterar mais este quadro.

A imagem passada pelos meios de comunicação afeta também a auto-estima dos idosos. A validação social é crucial para o desenvolvimento de todas as pessoas e os anciões não são diferentes. Faz-se necessário uma conscientização da importância desses meios na constituição da velhice. Assim podemos começar a mudar a visão que nossa sociedade possui do que é ser velho hoje em dia.


Excerto de VELHICE, por
Daniela de Lemos, Fernanda Palhares, João Paulo Pinheiro e Thaís Landenberger
Universidade Federal do Rio Grande do Sul


10/02/2011